LA SALIVA Y EL FLUJO SALIVAL
La saliva es una secreción compleja proveniente de las glándulas salivales mayores en el 93% de su volumen y de las menores en el 7% restante, las cuales se extienden por todas las regiones de la boca, excepto en la encía y en la porción anterior del paladar duro.
Relativa a su composición, el 99% de la saliva es agua mientras que el 1% restante está constituido por moléculas orgánicas e inorgánicas, sobre todo proteínas. La saliva, junto con otros elementos como la secreción gingival y las partículas de alimentos conforman un líquido conocido como el fluido oral, que ayuda a la creación del bolo alimenticio y protege las estructuras orales.
La saliva desempeña un papel importante en la cavidad oral; el adecuado cumplimiento de todas y cada una de sus funciones depende propiamente de la cantidad y composición de esta. Las propiedades salivales de lubricación y reparación contribuyen significativamente al mantenimiento de la integridad en los tejidos duros y blandos de la cavidad oral.
La producción del flujo salival depende de un gran número de factores, incluyendo el grado de hidratación, la posición corporal, exposición a la luz, estimulación previa, ritmos circadianos, tamaño de las glándulas y uso de drogas. La secreción diaria oscila entre 500 y 700 ml, con un volumen medio en la boca de 1,1 ml. Su producción está controlada por el sistema nervioso autónomo. El mayor volumen salival se produce antes, durante y después de las comidas, alcanza su pico máximo alrededor de las 12 del mediodía y disminuye de forma muy considerable por la noche, durante el sueño.
Así pues, la saliva protege la boca y los dientes de posibles infecciones y al mismo tiempo reduce el riesgo de caries dental, tanto a nivel de prevención, como también, una vez ya desarrollada la lesión de caries inicial, en el proceso de remineralización del diente. Durante la noche, se reduce la producción de saliva debido a la menor utilización de la boca, por consiguiente, su capacidad protectora se ve también disminuida.